17.4.13

Yo sí he visto el túnel

Castaños. El cielo los oscurecía, estaba gris esa tarde, y la tormenta se acercaba a mi espalda. Tu la veías, y me mirabas, me mirabas, preguntándote porque me había parado en mitad de la roca. Oye, no me daba cuenta de que estaba quieta. Si intento acordarme de otra cosa, de cómo o qué sentía en aquel momento, no puedo. Todo lo que no fueran tus ojos es niebla. Me crucé con ellos y
un balazo directo a la cámara atravesando una cabeza, ves la sangre derramándose a cámara lenta inundando toda la pantalla; escuchas el disparo tarde, tan rápido; el sonido sordo te tapa las orejas
, eso hizo la imagen de tus ojos dentro de mi cerebro.
Las pestañas rizadas, doradas, seguían brillando. Habrían pasado por luciérnagas, u oro.
Tú estabas intentado saber en qué pensaba. Sí, creo que era eso. Habías abierto los labios, o eso me parece, pero no cerrabas los ojos. Estabas a un metro de mí y tus iris me parecieron muy profundos. Como las paredes de un pozo. Y tus pupilas, la caída, el final del túnel. Como si llevasen al mismo mar que teníamos a dos pasos de nuestros pies, una superficie chapoteante de aguas negras, como una gruta pequeña en el centro de la Tierra de Julio Verne. Pero no eran aguas negras. En realidad ahí te estaba viendo, te encontraba a ti, tú, pura esencia, como más neblina, como humo, como un fantasma blanco y reluciente. Ahí estabas tú, en el panel de control de tu vida, con los ojos apuntando hacia mí, ¡hacía mí! Con el pelo intentando alcanzarme, o no. El viento venía de todas partes, y la tormenta se acercaba. En pocos momentos caerían los primeros relámpagos, y tú aún seguías preguntándote por qué me había parado a mirarte, y yo aún no me daba cuenta.
Después dijiste algo, noté calor en las mejillas (un suave bofetón mental) y volví a girarme, aturdida.
Y saltamos.

No hay comentarios: