30.4.13

plumas= ¿tiempo?

Esta es de hace tiempo.                                                            Va bien con: Victor's piano solo
La valse d'Amelie
The piano duet
The only living boy in New York
Mecracio y Ozean. Son ellos.

Ozean está sentado en una silla, en una cafetería, en una ciudad, en un país, en un continente, en un planeta, en un universo, en una galaxia, en un espacio. Sea finito o infinito, ninguno de estos nos importa.
Es importante que está sentado en una silla, porque esa silla está ante una mesa a un par de metros de una ventana, y se apoya sobre las dos patas delanteras. Eso también es importante, porque de otro modo Ozean no llegaría a los dorados y esponjosos pasteles que acaban de llegar, junto con un café, a su tierna mesita de tres patas que se balancea (cric, ñac; cric, ñac) sobre las baldosas blancas.

Ozean tiene la mirada azul y el corazón pequeño. Realmente pequeño. Tanto, que los pájaros se ríen de él al ver cómo intenta volar lanzándose desde edificios altos. Un corazón pequeño no puede bombear suficiente suavidad líquida para mover unas grandes alas imaginarias, es lógico. De cualquier modo, sus alas son preciosas y él lo sabe; por eso las lleva siempre bien altas y abiertas cuando pasea por la calle.
El chico suele entrar en cafeterías (sólo en las que tienen aspecto francés) y arrancarse una pluma de las suyas, suave, oscura y caliente; mojarla en el café y escribir en las servilletas. Nunca las mancha, porque si no luego no podría volver a meterlas dentro del servilletero, aún blancas y planchadas, para que otra persona con buen gusto, hambre, prisa, amable o golosa las lea con el aroma a chocolate en las manos y los labios mojados de azúcar.

A Ozean no le gusta su vida. Es más, a Ozean lo deprime su vida.
O quizás él deprima a su vida.

Piensa que una lágrima es una lágrima: un saco azul transparente de sentimientos empaquetados al vacío que estalla, se rompe y se desperdiga en cuanto toca la realidad. No le gustan las definiciones como "líquido secretado por las glándulas lagrimales para humedecer y limpiar la conjuntiva del ojo", y las explicaciones más científicas las odia profundamente. Su versión es la buena y hasta el momento no ha aceptado otra.

Y a Ozean no le gusta la poesía.
Ozean ama la poesía.

La poesía en grandes cantidades lo hace sentir triste y melancólico, tanto que puede deprimirse una semana entera hasta poder leer de nuevo algún verso.
Le gusta sentirse vivo y fuerte, y con colmillos y hambre suficientes para comerse el mundo. Pero a veces se pasa y se convierte en una mancha sucia y escandalosa como las que aparecen en los pantalones, los cuellos de las camisas pálidas o las comisuras de los labios.

Por eso Ozean se odia. Es incapaz de decidirse entre lo que quiere ser y lo que le gusta ser. Exactamente: Ozean no sabe que a todo el mundo mundial y absoluto le ha roído esa duda el cerebro alguna vez. Ni se lo imagina, porque tiene el corazón pequeño.

Afirmación de lo extraño o Como la música rara, las galletas mojadas en leche, la soledad, las compañías inimaginadas, la sinceridad, las rastas, el no tener mucho y acabar no necesitando mucho, y los viajes sin ducha por carretera

Quien se queda a probar suficiente tarta
descubre la sorpresa.

29.4.13

Existió una vez una muerte tan dulce,
que el cadáver peso veintiún gramos más
y se despertó al primer día con los ojos brillantes.

Octubre a toneladas

Octubre era el telón que caía sobre el escenario tras cada función. Era grueso, pesado, de terciopelo rojo; e indicaba el fin después de cada brote.
Octubre habían sido los párpados de ella cuando no los sostenía. Él, el pobre mejor amigo, prefería recordar cómo caían después de las fiestas a cuando enfermó.
Octubre fue el mes en que murió, y Marcos la echaba de menos muy, muy, muy,
realmente muy
fuerte.
Seguía yendo a las obras de teatro sin ella. Le gustaría quedarse a cenar con alguien y comentar las obras, las interpretaciones y los finales, pero todos iban acompañados.

18.4.13

Blogger está triste

La temida frase llegó un día de verano: <<Puedo esperar hasta mañana>>. La luz temblorosa de la pantalla se apagó rápido. El ordenador inclinó la cabeza.

Internet es como las hadas.

Reencuentro o Cuando pierdes el tren porque lo que quieres es la estación

Te he encontrado. No nos hemos vuelto a ver, pero te he encontrado en el verano.
Últimamente, con el sol y las chaquetas abandonadas en los percheros de la clase, solo lo presentía. Ni me lo imaginaba. Notaba algo en el aire, en las corrientes cálidas, en la brisa suave, en el olor de la tierra, el frío lejano de las noches, en el cielo, en la luna, en las pieles de la gente y en mi cabeza. Un algo presente. De esos seres de los que estás enamorado (ni más ni menos) cuando están presentes pero que al irse, olvidas. Completamente y sin darte cuenta, sin querer, sin saberlo. Es como si ellos y solo ellos fueran los dueños de toda la consciencia del mundo, y cuando se la llevasen con ellos, no fuésemos conscientes de que se han ido.  Ni de que estuvieron aquí. Ni de que existen.
Eso es el verano.
Y tú, ahora que han vuelto ellos con su consciencia, eres el verano.
Todo lo que me gustó de ti lo he sentido en mi piel ahora, en el aire, en el olor de los suelos que he pisado. Puedo decir que el verano es el culpable de caiga en ti cada x tiempo. Sois lo mismo. Tú eres un bonito puñado de motas de verano que se han unido más fuerte que el resto.
Y no sé cómo dejar de caer, porque el verano es mi estación favorita.

Otro nuevo malo que tropieza en la carrera

El bueno mata al malo y se convierte en el malo. Pasado un tiempo, tú lo ves sentado en los escalones de la piazza di Spagna, a pleno sol. Son las dos. Está pelando una naranja.
Y lo has reconocido.

17.4.13

Yo sí he visto el túnel

Castaños. El cielo los oscurecía, estaba gris esa tarde, y la tormenta se acercaba a mi espalda. Tu la veías, y me mirabas, me mirabas, preguntándote porque me había parado en mitad de la roca. Oye, no me daba cuenta de que estaba quieta. Si intento acordarme de otra cosa, de cómo o qué sentía en aquel momento, no puedo. Todo lo que no fueran tus ojos es niebla. Me crucé con ellos y
un balazo directo a la cámara atravesando una cabeza, ves la sangre derramándose a cámara lenta inundando toda la pantalla; escuchas el disparo tarde, tan rápido; el sonido sordo te tapa las orejas
, eso hizo la imagen de tus ojos dentro de mi cerebro.
Las pestañas rizadas, doradas, seguían brillando. Habrían pasado por luciérnagas, u oro.
Tú estabas intentado saber en qué pensaba. Sí, creo que era eso. Habías abierto los labios, o eso me parece, pero no cerrabas los ojos. Estabas a un metro de mí y tus iris me parecieron muy profundos. Como las paredes de un pozo. Y tus pupilas, la caída, el final del túnel. Como si llevasen al mismo mar que teníamos a dos pasos de nuestros pies, una superficie chapoteante de aguas negras, como una gruta pequeña en el centro de la Tierra de Julio Verne. Pero no eran aguas negras. En realidad ahí te estaba viendo, te encontraba a ti, tú, pura esencia, como más neblina, como humo, como un fantasma blanco y reluciente. Ahí estabas tú, en el panel de control de tu vida, con los ojos apuntando hacia mí, ¡hacía mí! Con el pelo intentando alcanzarme, o no. El viento venía de todas partes, y la tormenta se acercaba. En pocos momentos caerían los primeros relámpagos, y tú aún seguías preguntándote por qué me había parado a mirarte, y yo aún no me daba cuenta.
Después dijiste algo, noté calor en las mejillas (un suave bofetón mental) y volví a girarme, aturdida.
Y saltamos.

Poca mecha para tanta dinamita

El viento levantaba el agua.
Saliste del agua rompiendo la superficie, igual que el octavo pasajero de las tripas de Kane. Estabas encogido de frío, tenías los brazos tensos y los puños cerrados, cerrabas los ojos con fuerza. Cogiste una redonda bocanada de aire mientras el pelo aún te chorreaba en la cara. Te tapaba la frente, enredado, brillando como el cableado eléctrico de la ciudad. Cobre. Llamaste la atención a unas cuantas familias que estaban mirando cómo sus hijos se masacraban entre ellos por la dicha de hundir el culo en un flotador de plástico. Me llamaste la atención a mí por llevar zapatos, unas deportivas hinchadas de Fulli's. En ese momento estaba releyendo ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, un ejemplar de 1981 que había comprado por cuatro pavos en el puesto de segunda mano, con la páginas amarilleadas y las líneas subrayadas con lápiz. Escuché el sonido de una ola revolcándose sobre sí misma a destiempo y levanté la cabeza. Y allí estabas tú, emergiendo de pie cual delfín del zoo marino. No te arrastraste, te levantaste erguido y resistente. A la segunda bocanada abriste los ojos. Mirabas a la arena a tus pies. Sé que estabas agotado porque temblabas. Casi imperceptiblemente, pero tus músculos temblaban tanto y tan rápido que noté vibrar la página que sostenía entre los dedos. Probablemente los pantalones con tirantes oscuros que llevabas  también debieron de llamarme la atención, pero solo parecían un bañador demasiado largo. Por eso creo que no te preguntaron nada. Te habían mirado un segundo y al siguiente ya creían haber comprobado que eras solo otro chaval buceando. Y eso pareció indignarte, aunque solo te lo noté en la curva de las cejas. Saliste a zancadas de la orilla. Las deportivas hacían un ruido de succión tan chirriante como los besos de tornillo en los dibujos animados, la arena se te pegaba las piernas y apuesto a que no veías mucho más que las gotas enganchándose en tus pestañas. Entonces el sol brilló como un foco sobre tus hombros y la sal relució. Parecías chispear, una mecha lenta. Pólvora seca y brillante. Pasaste a mi lado y simplemente te rocé la cintura con el dedo índice. Tú giraste la cabeza de golpe y frunciste el ceño preguntándote si habría dicho algo. Te sostuve la mirada un segundo intentando darme cuenta de de qué tenía que darme cuenta. Así que, como ya te habías parado, te pregunté. <<¿Necesitas ayuda?>>.
Bajaste los párpados y relajaste los hombros. Un segundo furioso, un segundo exigente, un segundo triste, un segundo aliviado. <<¿Tienes ropa seca?>>. Sonreí, me levanté y me sacudí la arena de las piernas a manotazos. <<Vamos>>, y me seguiste. Ondeé la toalla, la arena saltó, y te la tendí mientras me agachaba a recoger el libro. Ya tiritabas. Oí ese ruido que hace el hielo cuando le tiras piedras mientras subíamos los escalones, y eran tus dientes. Pequeñitos y cuadrados, me fijé. Olías bien.
El verano no puede oler mal.
Encajé la yema del índice entre los labios y, alegre, te miré de reojo. Salado.

15.4.13

Hoyuelo


Agujero enroscado
en la mejilla.
El verde es plata y la plata oxidada;
brillan como el sol en el agua de Italia.
Y el dedo gira,
se retuerce en la mejilla.
Tu uña no escarba,
tu yema acaricia.
Hurga un pozo,
gira y juega y muere y chilla
el hoyuelo de risa cristalina:
agujero enroscado en la mejilla.
Chisporrotea la sonrisa.

14.4.13

Abracadabra

¡Magia, el mago alza la tela por encima de su cabeza, de los espectadores, del mundo! ¡Se hincha como un fantasma, sobrevuela! Tiembla, baila, gira, con una punzada de rojo, con un pellizco por comandante. Las banderas vibran, las cortinas bostezan, las hojas se agitan.
Destapas las sábanas. Magia.
Abracadabra.

13.4.13

La bella durmiente ojerosa

Se reclinó poco a poco sobre sus rodillas. Asimilando todo aquello, bajó las piernas, suavemente, por el lado derecho de la cama. La colcha estaba caliente y olía a polvo y a algo más. Quién sabe si sudor, polillas, sexo, o solo era un siglo demasiado rápido. Bajó y el suelo estaba demasiado duro. Estiró las sábanas. Quitando una arruga, pensó: <<Esto va a ser como buscar una aguja en un pajar>>. Pero que la ensartasen si no llegaría a los tribunales.

Hola, Bella Durmiente

Se paró en seco, ojerosa y con la melena revuelta, con los ojos muy abiertos, los labios temblando y espasmos que tiraban hacia abajo, rodeada, asustada y sorprendida, abrumada ante la cantidad de cosas que podía hacer, la cantidad de oportunidades que se le presentaban y todas las ofertas envolviéndola y empujándose entre sí. Estática y despierta, de golpe y porrazo, volvió a la realidad.

11.4.13

La manzana definitiva

RAY: (se aleja la lista de la cara estirando el brazo todo lo que puede y entrecierra los ojos) Ben. Ben, no sé qué pone.
MOL: (sujetando dos cajas de yogures) Trae aquí. (se inclina con la nariz pegada al papel) Mandarinas. Busca mandarinas. Y nueces. 
RAY, torpe, dobla la lista y cojea hasta el estante de los dulces. Mira hacia arriba entreabriendo la boca. MOL se acerca. Le pone los yogures en los brazos, que él sujeta alelado bajando un poco la mirada.
RAY: ¿Y Ben?
MOL: ¿Qué Ben?
RAY: Ben... (vuelve a mirar al estante superior con la mandíbula floja)
MOL: Ray. Ray. (Le da unos toques en el brazo) Raay. (RAY boquea un poco y asegura el abrazo de los yogures. MOL, exasperada) Oh, voy a por las mandarinas.
RAY permanece mirando hacia arriba un rato. Luego estira un brazo, mientras el otro temblequea sujetando los yogures, y tantea un bulto en el estante. Lo agarra y baja la mano, mirándolo atentamente. Acaricia la piel roja de la manzana con el pulgar.
RAY: Esto es para Ben.
Asiente grave mirando al frente, se la guarda en el bolsillo de los pantalones beige con tirantes. Abraza débilmente a los yogures y tuerce la esquina del pasillo hacia la izquierda, saliendo del plano por la derecha.

El anciano

El problema de ese chaval no era su chulería. Ni su pelo, ni su ropa, ni sus amigos. Todo eso solía cambiar con el tiempo. El problema no era su sonrisa de los lunes, su ritmo de vida de hippie tardío, su andar desgarbado, la atención que les dedicaba a las chicas ni el vocabulario sesentero que usaba. Ni los porros ni las botellas vacías de cerveza apilándose en el armario de su cuarto.Y definitivamente sus ganas de vivir no eran el problema. Eso lo tenía claro.
Pero sus manos. Grandes, pesadas y descascarilladas. Como raíces viejas arrancadas de la tierra. Como si hubiesen vivido más que el resto de su cuerpo. Eso no tenía tan claro que no fuese el problema.







Su ombligo como el __ de la manzana.

La manzana definitiva

La cuestión

El anciano

El malibú, ron, whiskey, beck's, ray, cood, corona y mel's se apiñaban en la puerta del minibar, que servía de cubo de basura. Las botellas lo miraban transparentes a ras del suelo, a él, también transparente. Se lió el segundo porro, se vistió. Lo dejó encima del mueble y se estiró al levantarse. Como un gato; metió un puño en la otra mano, estiró los índices y los deslizó por el techo. Notaba el corazón torpe pero latiendo con fuerzas. Eso era bueno. Se echó un vistazo en el espejo. Las ojeras estaban algo más claras ese día. Giró el grifo, el agua sucia salió a borbotones. No echó cuenta, mojó una mano y se palpó/frotó/qué el ojo. Frío, dulce y mañanero, frío humedo de las montañas. El norte. __ sonrió. se pasó la mano por la frente e inspiró hondo con los ojos cerrados. Soltó el borde del lavabo, recuperó el porro y abrió la puerta a la calle. El escalón alto le hizo dar un paso desgarbado peligroso, pero ya estaba acostumbrado. Saltaba de arriba a abajo como Neil Armstrong saltaba sobre la luna, pero confiado y sin traje espacial. Sin perder el equilibrio. Caminó hasta la cafetería de

10.4.13

Disparados

Viajamos en una cápsula hueca. Una pastilla resbalándose por la bañera mojada. Un supositorio lanzado a las entrañas de la Tierra. Una bala quebrando el aire. Una lengua despertando a otra. Una flecha desgajada en la diana. Los hombres-bala. Un pájaro agujereando el agua. Un salto en picado desde el acantilado. Todos los suicidas del mundo. El paracaídas roto de la última tontería. Los cohetes espaciales. Metralla, explosiones. Una mirada clavándose en la nuca.
La primera piedra.
Un coche deslizándose por la carretera.

· · · · · · · –

El oleaje brama, con la boca chorreando espumarajos, por la muerte de ese mal barco que le araña la garganta. Lo empotra en las profundidades, lo aplasta, el metal chirría y gruñe, las velas se rasgan y estallan las astillas y se parten los mástiles. Se oye el viento girando en una caracola, agua, presión, movimientos enterrados. Y a lo lejos, tierra firme: ópera.

9.4.13

No queda azúcar

<<Para mí estás caducado>> Y lo tiró a la basura.

Cresta de la ola

A Cresta lo llamaban Cresta por vivir en la cresta de la ola. Había comenzado surcándola a menudo y terminó convirtiéndose en ella. Era un tío guapo, inteligente, poco profundo, amigable, confiado, a veces rudo, simple; y algunas lo habrían descrito también como "adorable". Él había dejado de preocuparse por cómo era después de mirarse en el espejo aquella vez con quince años, definirse escuetamente con un vistazo y una hurgada en la memoria y aceptarse, de golpe, completamente de acuerdo con cada detalle. Su autorretrato no fue cruel, halagador o seco: ni malo ni bueno. Sencillamente era él mismo. Acertó, asintió satisfecho y no volvió a carcomerse la cabeza con el tema.
No tenía grandes ambiciones. No solía estar contento ni triste. Simplemente, estaba. Era un conformista de pies a cabeza; aunque hay que decir que las cosas no le iban mal.
Le gustaba surfear, el mar, el horizonte (una línea recta y firme, simple, sin cambios ni complicaciones), ponerse moreno, los cacahuetes con mucha sal y las mujeres. No soportaba el chocolate ni el azúcar en grandes cantidades, entendía la poesía pero no la compartía, escuchaba swings y música country, llevaba espuma en el pelo y dormía en el trastero de su abuela. Ella no lo sabía.
Su turno en la tienda de ultramarinos era de doce a cinco; Lucas, el camarero portugués del bar de enfrente, siempre tenía su bocata de salmón y queso listo a las tres en punto. Daba bocados demasiado grandes y nunca dejaba de tener hambre. No quiso estudiar una carrera.

"Cresta de la ola". Pues no, no había ninguna Ola para él. Para él estaban todos los granos de arena que surcaban la tierra de un confín a otro, y él lo sabía. Todos esos granos de arena caliente y amarilla acumulándose en dunas llenas de curvas y aire. Todos esos miles y nada más.
Y no, no había ningún grano de otro color, venusiano, raro o más interesante que el resto.
No había ningún amor para Cresta. Y punto.

8.4.13

El anciano


El problema de ese chaval no era su chulería. Ni su pelo, ni su ropa, ni sus amigos. Todo eso solía cambiar con el tiempo. El problema no era su sonrisa de los lunes, su ritmo de vida de hippie tardío, su andar desgarbado, la atención que les dedicaba a las chicas ni el vocabulario sesentero que usaba. Ni los porros ni las botellas vacías de cerveza apilándose en el armario de su cuarto.Y definitivamente sus ganas de vivir no eran el problema. Eso lo tenía claro.
Pero sus manos. Grandes, pesadas y descascarilladas. Como raíces viejas arrancadas de la tierra. Como si hubiesen vivido más que el resto de su cuerpo.
Ellas tenían más pinta de problema.

2.4.13

Uno para la raza humana


-¿Cariño? No, no, claro, ve cenando tú. Un imprevisto; nada malo, no te preocupes. Te quiero.

Colgó y se levantó a unirse a los aplausos.

En realidad era Dreamer's Ball, de Queen

La sacó a bailar. Sonaba un jazz.
Sonaban un jazz y dos swings, y ópera y rock and roll, Vivaldi, tango, siete vals y claqué.
Plumas batiéndose, el viento en el mar, un guante de látex, prisa, un gallo cantando, silbidos de cafetera, los gritos de Psicosis, la Little Boy de los estadounidenses, un descarrilamiento, cuatro orgasmos, un mordisco a un bombón relleno, una bola de papel entrando limpia en la papelera, dos horas de aplausos, la corriente eléctrica pasando por un tubo de neón, la tala de un árbol, la Tierra girando en el espacio, un paso crujiente en tierra firme, tu canción favorita, una mano hurgando en el cubo de palomitas, tripas rugiendo, el primer minuto de las hélices girando de la primera avioneta, el 'tap' del bote al abrirse, ciento veintisiete cremalleras, tacones, risas coquetas, una patada al balón, teclas, ronroneos humanos, llaves revueltas, una pastilla efervescente, burlas, cascabeles, la abuela contando batallitas, batallas, llantos, abrazos, un beso, gruñidos, zarpazos, un pestañeo.
Pero solo escucharon sus propios pies trastabillando.
Sonrisita. Hundieron la nariz en el hueco entre el cuello y la clavícula y allí se quedaron, trajeados y transparentes.

No te cortes con el muesli

(ni con el papel)

Aquí y ahora es incómodo decir hola.
Es aún peor si te quedas con la palabra entre los dientes.