7.9.15

Mi depresión se resume a: la vida no tiene sentido.
Y solucionarla no es cuestión de autoconvencerme de que sí lo tiene, ni de encontrarlo. Es cuestión de cambiar el punto de vista: sí, la vida no tiene sentido y eso no es malo.

En cuanto acepte esa verdad (bastante ambigua, volátil, como un truco de magia que desaparece en una cortina de humo que se esfuma), todo seguirá sin tener sentido, pero eso ya no importará. Será incluso bueno. Me liberaré. Podré prestar atención a lo que de verdad "importa": disfrutar. Disfrutar el momento presente, vivir intensamente, llena o hueca, como me plazca. Tendré capacidad de elección y sabré usarla (porque aunque ahora también la tenga, no se qué hacer con ella).
Se trata de no dar tanta importancia a nada. Exacto, a NADA. ¿Suena contraproducente? ¿Una paradoja?
¿Qué es la felicidad? ¿Un estado lejano y magnífico solo al alcance de unos pocos iluminados? ¿O es más bien un estado transitorio, que viene y va por rachas, al que se puede atraer poquito a poco con mucho salero, por el que todos hemos pasado alguna vez y al que muchos hemos desestimado cuando llamaba a nuestra puerta, como si de un vendedor de biblias se tratase? Yo me decanto por lo segundo. Por lo tanto, no se le puede dar tanta importancia a nada. No hacer una montaña de un granito de arena. (Eso tan típico.) Cito


a Adanovsky:






Cuando deje de darle excesiva importancia a todo, el mundo será un lugar menos amenazador, mi vida srrá más manejable, yo seré mi amiga... descubriré que sé guiarme a mí misma, que sé lo que quiero y, ¡lo mejor!, que conseguirlo no se me hace un mundo. El camino puede ser muy majo. Agradable.

No hay comentarios: