7.9.15

En tiempos anteriores, por ir al gimnasio ya me habría sentido realizada para todo el día. Quizá incluso para el siguiente. Quizás incluso me habría permitido darme una bien grasienta y atiborrante merienda, cosa que habría derivado en culpa, lo que me traería ansiedad, y por la cual, para mitigarla, habría comido más. Sin parar. Hasta que doliera.
En ese punto ya se me habría acabado el chollo de sentirme realizada, claro.
Pero ahora ir al gimnasio está clavado en mi cabeza como una chincheta apuñalando a la lista de cosas que hacer contra el tablón de corcho. Si voy, es lo que tengo que hacer. Si no voy, me siento mal. Una vaga, inútil, sebosa, quejica, deprimente, autocompasiva, egocéntrica y muchas otras perlas con las que me ametrallo día tras día. ¡Al suelo! ¡Ahí va un "niñata podrida y mentirosa"! ¡Máscaras de gas! ¡Resistid, soldados!
Total, vuelvo al hilo. Que al final, subo el listón cada vez más alto, pero la autoestima, no. (Me estoy esforzando por no hablar en plural, arjjj malas costumbres).
Mi relación con mi autoestima es como uno de esos monstruos de película en blanco y negro, super cutre, estilo marioneta, que se va comiendo todo lo que encuentra a su paso en la ciudad (coches, personas, políticos, a Coco el que vendrá y te comerá), que rápidamente crece hasta ser, valga la redundancia, montruoso, y entonces nada le llena, ya sea un coche o todos los parkings repletos un martes a las nueve.
Un saco sin fondo.
Hago más cosas que antes, y mejor quizás. Creo que yo soy mejor que antes. Pero eso ya no es suficiente. Tengo que ser mejor que ahora; la meta siempre es esa. Voy corriendo detrás de un puntito de luz y, cuando cierro la mano sobre él, se ha esfumado y aparece lejos de mí de nuevo.
Y todo esto viene ¿de qué? Oh, por favor, déjate de películas cutres y metáforas bizarras y dinos cuál es tu puñetero problema. Pues vale. Viene de medir la autoestima por las cosas que haces, únicamente. ¿Cómo? Pues que no eres lo que vistes, no eres lo que comes, no eres lo que sueñas, no eres lo que dices y no eres lo que haces. ¡Eres tú! ¡Solamente tú! ¡Tú, ese núcleo de energía acumulada, ese huevo lleno de posibilidades, ese iceberg o esa pirámide sin explorar! Tú eres el centro de donde salen todos los tentáculos de tu vida. ¡Y ninguna de las direcciones de esos tentáculos te define! Tú eres solamente el centro que maneja esos mandos. Puedes ir tanto en esta dirección como en la contraria. Puedes ponerte un vestido de *gucci para hacer vida nocturna si quieres o una sudadera de mercadillo, pero todos nacimos desnudos y entonces ya éramos el ente de energía que es nosotros.
Todo esto me lo digo a mí misma, porque lo olvido a menudo. También me lo recuerdo muy a menudo, pero normalmente es más para echármelo en cara que para ponerme en acción y cambiar las cosas.
Total, el listón.

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