8.9.15

Lo siento, lo siento, no soy yo, son los celos.

Por eso soy un poco hija de puta entrometida y soberbia, porque no sé controlar mis celos. Pero que tú eres una tía maja. Estoy segurísima. Seguro que eres incluso más sana que yo, porque tú no tienes la mente tan cerrada como para no hablar con una persona del sexo que te pone solo porque a lo mejor se creen que te estás insinuando. Lo siento. Soy yo con mis celos, mi mente cerrada, y mi miedo a que me abandonen por otros.

Soy joven, puedo permitirme decir tonterías.

(Más tarde: "Soy vieja, ya he llenado el cupo de seriedad en la vida")

7.9.15

En tiempos anteriores, por ir al gimnasio ya me habría sentido realizada para todo el día. Quizá incluso para el siguiente. Quizás incluso me habría permitido darme una bien grasienta y atiborrante merienda, cosa que habría derivado en culpa, lo que me traería ansiedad, y por la cual, para mitigarla, habría comido más. Sin parar. Hasta que doliera.
En ese punto ya se me habría acabado el chollo de sentirme realizada, claro.
Pero ahora ir al gimnasio está clavado en mi cabeza como una chincheta apuñalando a la lista de cosas que hacer contra el tablón de corcho. Si voy, es lo que tengo que hacer. Si no voy, me siento mal. Una vaga, inútil, sebosa, quejica, deprimente, autocompasiva, egocéntrica y muchas otras perlas con las que me ametrallo día tras día. ¡Al suelo! ¡Ahí va un "niñata podrida y mentirosa"! ¡Máscaras de gas! ¡Resistid, soldados!
Total, vuelvo al hilo. Que al final, subo el listón cada vez más alto, pero la autoestima, no. (Me estoy esforzando por no hablar en plural, arjjj malas costumbres).
Mi relación con mi autoestima es como uno de esos monstruos de película en blanco y negro, super cutre, estilo marioneta, que se va comiendo todo lo que encuentra a su paso en la ciudad (coches, personas, políticos, a Coco el que vendrá y te comerá), que rápidamente crece hasta ser, valga la redundancia, montruoso, y entonces nada le llena, ya sea un coche o todos los parkings repletos un martes a las nueve.
Un saco sin fondo.
Hago más cosas que antes, y mejor quizás. Creo que yo soy mejor que antes. Pero eso ya no es suficiente. Tengo que ser mejor que ahora; la meta siempre es esa. Voy corriendo detrás de un puntito de luz y, cuando cierro la mano sobre él, se ha esfumado y aparece lejos de mí de nuevo.
Y todo esto viene ¿de qué? Oh, por favor, déjate de películas cutres y metáforas bizarras y dinos cuál es tu puñetero problema. Pues vale. Viene de medir la autoestima por las cosas que haces, únicamente. ¿Cómo? Pues que no eres lo que vistes, no eres lo que comes, no eres lo que sueñas, no eres lo que dices y no eres lo que haces. ¡Eres tú! ¡Solamente tú! ¡Tú, ese núcleo de energía acumulada, ese huevo lleno de posibilidades, ese iceberg o esa pirámide sin explorar! Tú eres el centro de donde salen todos los tentáculos de tu vida. ¡Y ninguna de las direcciones de esos tentáculos te define! Tú eres solamente el centro que maneja esos mandos. Puedes ir tanto en esta dirección como en la contraria. Puedes ponerte un vestido de *gucci para hacer vida nocturna si quieres o una sudadera de mercadillo, pero todos nacimos desnudos y entonces ya éramos el ente de energía que es nosotros.
Todo esto me lo digo a mí misma, porque lo olvido a menudo. También me lo recuerdo muy a menudo, pero normalmente es más para echármelo en cara que para ponerme en acción y cambiar las cosas.
Total, el listón.

Mi depresión se resume a: la vida no tiene sentido.
Y solucionarla no es cuestión de autoconvencerme de que sí lo tiene, ni de encontrarlo. Es cuestión de cambiar el punto de vista: sí, la vida no tiene sentido y eso no es malo.

En cuanto acepte esa verdad (bastante ambigua, volátil, como un truco de magia que desaparece en una cortina de humo que se esfuma), todo seguirá sin tener sentido, pero eso ya no importará. Será incluso bueno. Me liberaré. Podré prestar atención a lo que de verdad "importa": disfrutar. Disfrutar el momento presente, vivir intensamente, llena o hueca, como me plazca. Tendré capacidad de elección y sabré usarla (porque aunque ahora también la tenga, no se qué hacer con ella).
Se trata de no dar tanta importancia a nada. Exacto, a NADA. ¿Suena contraproducente? ¿Una paradoja?
¿Qué es la felicidad? ¿Un estado lejano y magnífico solo al alcance de unos pocos iluminados? ¿O es más bien un estado transitorio, que viene y va por rachas, al que se puede atraer poquito a poco con mucho salero, por el que todos hemos pasado alguna vez y al que muchos hemos desestimado cuando llamaba a nuestra puerta, como si de un vendedor de biblias se tratase? Yo me decanto por lo segundo. Por lo tanto, no se le puede dar tanta importancia a nada. No hacer una montaña de un granito de arena. (Eso tan típico.) Cito


a Adanovsky:






Cuando deje de darle excesiva importancia a todo, el mundo será un lugar menos amenazador, mi vida srrá más manejable, yo seré mi amiga... descubriré que sé guiarme a mí misma, que sé lo que quiero y, ¡lo mejor!, que conseguirlo no se me hace un mundo. El camino puede ser muy majo. Agradable.

Me fustaria pasarme un año sabatico
leyendome todas las enciclopedias de casa, el libro de historia del arte que no terminamos de dar en bachillerato...
en la cama...

cerrar cabos pendientes, es bueno o no?

6.9.15

Veo borroso.
Creo que ya es hora de cambiar de lentillas.
Y de camello. Y de dirección. Y de chip.

¿"Más vale malo conocido que bueno por conocer"? Yo reniego de esa frase. Pero dice mucho de mí. ¿Y si en realidad me estoy engañando, intentando convencerme de que lo malo no lo es tanto?

Sujetándome el sombrero

Creo que para llevar un blog hay que tener cierta estabilidad mental que yo, muy a menudo, no poseo.
Así que es difícil llevar un blog.
La continuidad y todo eso. Estar ahí contra viento y marea, contra exámenes y vidas.
Es como sujetarte el sombrero durante una montaña rusa.

¡Pero por eso mismo! Lo voy a intentar.

Receta:
Dos kilos de palabras,
pasión volcánica,
cuatro (mejor que dos) ojos,
orejas al gusto,
historias silvestres recogidas por aquí y por allá, cocinadas a fuego lento para potenciar el sabor.
Batir todo.
Añadir medio litro de fe, remover delicadamente.
Sugerencia de presentación: especiar con ilusión si se desea.

Que aproveche. Comed sin piedad.