2.9.14

El rascacielos con silueta de dinosaurio espinado de antenas pararrayos se encorva hasta el suelo y se traga a un transeúnte desprevenido.
Un chaval, no más.

Su primera vez: entrará por la ventana del último piso (el setenta y dos), desorientado pero como siempre, y allí estará marta posando para sí misma en bragas de encaje.
Normal. Surge.

Y tan feliz, la ciudad sigue andando, esparciendo su palpitante humo por las fosas, caminando tiesa como un muñeco de palo.
Un dinosaurio que sonríe.


(del 23 de julio de 2014, de madrugada)

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