31.8.14

Nada como una trompeta y media, el grito, alarido ronco, un pisotón descascarillado, ¡GANAS DE GRITAR!, rebosar del micrófono, voces que secundan, tendones tensos que susurran, (y lo peor contenerte a bailar). Oír como el barranco se derrumba y roca tras roca todas caen en tu garganta. ¡Y cantar al muro!

Conocí a un músico en una esquina de la Place du Tertre en Montmartre. Gritaba como nadie. Se rompía la voz a mordiscos. Y sonreía, joder, cómo disfrutaba. Con pelos de loco, ¡PELO DE LEÓN!
La gente pasaba de largo.
Yo le di una moneda. Me sonrió mucho. Y después se volcó a hablarme, en inglés, rápido, rápido, rápido, joder, qué aliento de vida. Una mujer se acercó y le aconsejó que se pusiese en el camino y no en la acera, más accesible. Él decía que lo estaba haciendo por diversión. Y ella, que había dinero, que oh, sí, había dinero. Le enseñé las fotos que le había sacado. De modo que me dio su contacto y aún lo tengo aquí, guardado en una nota blanca en la pantalla del móvil. Y hoy lo volví a escuchar,
y no he dado pisotones de gusto y de ritmo en el suelo porque todavía vivo con mis padres, que son muy tiquismiquis- y no consigo dejarme llevar entre ellos.

Pero qué voz.
¡Retumbad!

No hay comentarios: